sábado

MAURICIO



Isla Mauricio,  El paraíso infinito 




MAURICIO




Por encima del mar, la Isla Mauricio se aparece como un vergel bordeado por un listón color turquesa. Al aterrizar, el calor húmedo, y una música de viento y mar lo envuelven todo, como si el pedazo de tierra que uno se dispone a descubrir tuviese vida propia. Situado en el Océano Índico, 800 kilómetros al este de Madagascar, Mauricio es un país de 2040 kilómetros cuadrados y 1.3 millones de habitantes donde las plantaciones de caña de azúcar y té se extienden en medio de verdes montañas de extrañas formas, a su vez rodeadas por playas de arena blanca y un arrecife de coral.


Mauricio
Entre los múltiples hoteles 5 estrellas de la isla, escogimos el elegante y refinado Le Touessrok. Al pasar la puerta, su serenidad oriental y buen gusto nos instalaron en una armonía que no volvió a abandonarnos en los 10 días que pasamos en la isla. Primero, nos recibió una inmensa cascada que surge de un mirador desde el cual se alcanza a ver el mar azul turquesa profundo, la playa blanca y un marco de montañas en el horizonte. Abajo, hundidas en la vegetación de un jardín tropical, están las villas para los huéspedes.


Nuestra suite tenía una soberbia piscina que era también una fuente, un jardín privado y una terraza que terminaba en un pequeño acantilado hacia el mar. Por nuestra piel pasó una corriente de placer.


Las albercas del hotel son balcones que se asoman por encima de la orilla del mar, decoradas por inmensas esculturas de piedra, y juegos de cascadas y campanas que se mueven al ritmo de la brisa.


El restaurante, rodeado de un espejo de agua, nos consintió con una exquisita fusión de cocinas de la India y de Europa. Nos dejamos mimar, nos abandonamos a unos momentos de relajación en el spa, esquiamos, buceamos, paseamos en velero, nos tendimos en la playa a disfrutar el sonido del mar. Pero aunque para muchos Mauricio es sólo eso, nosotros la elegimos como destino porque puede ser mucho más.


Codiciado objeto de deseo
En Mauricio conviven en maravillosa avenencia indios, chinos, créoles y europeos, como resultado de un intrincado pasado colonial. Los navegantes árabes conocían su existencia desde el siglo x, los portugueses la pisaron y finalmente los holandeses tomaron posesión de ella en 1598. El almirante Wybrant van Warwyck la bautizó Mauritius en honor a su soberano, el príncipe Mauritius de Nassau, y 40 años más tarde se estableció la primera colonización cerca de Mahébourg. Descubrieron entonces un extraño pájaro, el Dodo, parecido a un gran cisne pero con el pico quebrado, que desapareció para siempre; en 1710, cuando los holandeses abandonaron la isla, ya no existía. Habían, en cambio, introducido a los esclavos africanos y la caña de azúcar.


Cinco años después de la partida de los holandeses, el capitán francés Guillaume Dufresne d’Arsel conquistó la isla, la bautizó Île de France y a partir de 1735 llegaron los colonos y comerciantes. Fue entonces cuando ocurrió lo que años más tarde haría famosa la isla, el naufragio del barco Saint Géran que inspiró en el siglo xviii la novela romántica de Bernardin de saint-pierre Paul et Virginie, uno de los primeros best-sellers de la historia.


La industria de la caña de azúcar prosperaba gracias a los colonos franceses con sus esclavos, pero Port Louis era un puerto seguro para los piratas. En 1810, durante las guerras de Napoleón, los ingleses tomaron la isla y con el tratado de París en 1814, ésta se volvió oficialmente británica y recobró de nuevo el nombre Mauritius.


Los franceses y sus descendientes se quedaron con sus propiedades y su idioma, pocos colonos ingleses se instalaron. Sin embargo, se abolió la esclavitud en 1835 y en cambio se trajeron trabajadores indios y después chinos.


Finalmente Mauricio adquirió su independencia en 1968. Y ahora, aunque el inglés es el idioma oficial, el francés sigue siendo la lengua de muchos y la mayoría de la gente habla créole, un derivado local del francés, muy distinto al de otras islas.


De la tumbona al auto y de regreso
Fue difícil abandonar nuestro pequeño enclave, pero decidimos visitar la isla en coche, con chofer para no perdernos por su red de carreteras, ni dejarnos confundir por los impredecibles conductores que las recorren. Port Louis, la capital, es una pequeña ciudad protegida de los vientos por un círculo de montañas de extrañas formas que culminan a más de 800 metros desde lo alto de la antigua ciudadela, el panorama es hermoso.


Algunas calles conservan su aire colonial a la sombra de los edificios modernos. Su bella catedral convive con la mezquita y los templos hindúes y chinos, y el Caudan es el corredor a la orilla del mar, donde los antiguos muelles fueron transformados en centro comercial para pasear o comer, sobre todo al atardecer, cuando el sol se funde con el horizonte y la luz se va a tierras lejanas. En el mercado, de una limpieza impresionante, pareciera que los vendedores disponen sus frutas y verduras de modo que los colores convivan en forma armoniosa. Recorrerlo es una buena oportunidad para convivir con la gente.


A unos 10 kilómetros descubrimos Moka, una tranquila región anidada en la montaña, entre valles, ríos y cascadas, hundida en la vegetación tropical. Nos encantó Eureka, una de las escasas casas coloniales sobrevivientes, que ahora sirve como museo. Ubicada al pie del Junction Peak, con su veranda protegida por columnas, tiene salones que recrean la decoración de la época y un hermoso jardín. Fue construida en 1830 por un inglés y realmente terminada en 1856 por Eugène Le Clézio, primer presidente mauricio de la Corte Suprema y familiar del escritor del mismo apellido. Perteneció a la familia durante seis generaciones antes de ser vendida en 1986.


La casa en sí es maravillosa, pero lo más conmovedor es la Ravine d’Eurêka, un impresionante cañón en el límite de la propiedad donde corre el río Moka, con sus cascadas y su selva virgen.


Viajamos en el tiempo en Rose Hill, la ciudad cultural de la isla, hogar de numerosos artistas y escritores. Su teatro se inauguró en 1933 con una opereta interpretada por el famoso actor y cantante francés Maurice Chevalier. La carretera nos llevó a descubrir el Trou aux Cerfs, un cráter de 90 metros de profundidad, el cual puede rodearse a pie para admirar su perfecto círculo, aunque la neblina invade a menudo esa cima de la isla.


Las colinas están cubiertas de bellos sembradíos de té que se extienden sobre las laderas, donde se reúnen las mujeres para cosechar las hojas antes de llevarlas a secar. Otros de los lugares intrigantes de Mauricio son la cascada de Tamarin y El Valle de los 23 Colores, llamado así porque la tierra ahí se viste de tonos ocres y rojizos.


Nuestra caminata en el Black River Gorges, un parque nacional que cubre 3.5% de la superficie de Mauricio, nos permitió observar parte de las 150 especies de plantas y nueve especies de pájaros endémicos; descubrir el ébano y el tambalacoque (Calvaria major), esas maderas preciosas que se usan para realizar muebles, puertas y artesanías; admirar el cañón de la Rivière Noire y la cascada de Alexandra. Desde los altos de Chamarel la vista es impresionante, y el pico del Morne, de 554 metros, domina la punta sur, separándola en 2 bahías de aguas turquesa protegidas por la barrera de coral. Ahí nos instalamos para comer, en el restaurante Chamarel, que sirve excelente comida local.


Sin embargo, el lugar que más nos fascinó fue Grand Bassin, ese lago sagrado para los hindúes donde invocan al dios Shiva, cuya estatua surge extrañamente del agua. Cuando llegamos, la neblina había invadido ese intrigante mundo con olor a incienso donde brillaba la extraña luz de las velas. Algunos fieles rezaban, y depositaban sus velas montadas en pequeñas embarcaciones de hojas sobre el agua para que la brisa se las llevase. El conjunto del lago, los templos donde suenan las campanas, Shiva flotando y la gente con sus gestos rituales hace de ese lugar uno de los más insólitos no sólo de la isla, sino del mundo hindú.


El norte: de una bahía a la siguiente
El recorrido por el norte comenzó en el maravilloso jardín botánico alrededor de la mansión Le Château Mon Plaisir, que cuenta con más de 600 especies de árboles, varias plantas de especias y 60 de palmeras de varias partes del mundo que aquí encontraron un clima ideal para crecer. Uno puede perderse en lo que parece una selva controlada.


De ahí continuamos con un paseo por la orilla del mar; la luz se filtraba por las nubes amenazadoras, y el agua color “surrealista” aparecía protegida por la barrera de coral que rodea la isla. Pasamos la Baie du Tombeau, o Bahía de la Tumba, llamada así por la gran cantidad de naufragios que sucedieron ahí, de los cuales el más famoso fue el que acarreó la muerte del gobernador de las Indias Holandesas, Pieter Both, en 1615.


Seguimos por la bahía del Arsenal, llamada también Baie aux Tortues, dominada por las ruinas del antiguo arsenal francés, y presidida por nuestro hotel Oberoi, considerado como el más elegante del Océano Índico. Pasamos la Pointe aux Piments (Cabo de los Chiles) para llegar a Trou aux Biches (Socavón de los Venados), un sinfín de playas de arena blanca bordeadas por cocoteros. Pasando la punta de los Canonniers, con sus elegantes casas, entramos en Grand Baie, una espectacular bahía con su puerto de pescadores, sus restaurantes, discotecas y tiendas.


Después de visitar la pequeña iglesia de techo rojo en Cabo Malheureux a la orilla de las tranquilas aguas teñidas de diversos colores, nos instalamos un momento para disfrutar de la soberbia vista del mar. A lo lejos se veía L’Île Plate (Isla Plana), con su faro que lanzaba rayos de luz en el atardecer; la isla Coin de Mire, con sus acantilados inhóspitos, y el islote Gabriel. Finalmente nos instalamos para cenar a la orilla del mar en Grand Baie, en el restaurante Le Capitaine, que ofrece una gran vista sobre la Pointe aux Canonniers. Gozamos de una deliciosa langosta y Flor de Calamar a la india, para terminar con un pescado asado con aceite de oliva y salsa holandesa. Las estrellas brillaban como diamantes, la Cruz del Sur centelleaba, no había más música que la de la brisa y el calmado ruido de las olas.


La isla Mauricio es famosa por su buceo y su pesca, así que al día siguiente organizamos una salida con la lancha del hotel para bucear cerca de Pointe aux Canonniers. Inmersos en el mar, descubrimos peces piedra, tortugas, langostas y unos hermosos peces mariposa. Los sitios reconocidos son Holt´s Rock (-30 a 37 metros), Lobster Rock (-10 a 22 metros), le Tombant de Pointe aux Canonniers (-32 a 60 metros), y el barco hundido Stella Maru (-15 a 25 metros), que permiten una observación maravillosa. Regresamos con unas langostas para la cena, mismas que nos prepararon en el hotel y nos sirvieron en la terraza de nuestra villa, cuando el atardecer ofrecía sus colores discretos a la sombra de las nubes, cuando los últimos pescadores regresaban al puerto y los niños, con el agua hasta media pierna, lanzaban el hilo para sacar los últimos pescados de la jornada.


Los pueblos del sureste
La primera parada de la excursión al sureste fue Grand Gaube, un pueblo de pescadores conocido por la fabricación de piraguas de madera negra. De ahí nos dirigimos a Poudre d’Or, otro pequeño pueblo lleno de leyendas de tesoros hundidos donde ocurrió el naufragio del Saint Géran en 1744. Ese drama fue el tema de la novela Paul et Virginie, la historia de un gran amor que sufre los maleficios del destino y termina en drama cuando las aguas de una espantosa tempestad hunden el barco.


Poste Lafayette es una playa extraordinaria de arena blanca que mira hacia el este, donde la barrera se acerca a la costa para luego proteger la gran laguna interna de Poste de Flacq, con su templo hindú construido sobre una islita, donde se alojan dos de los hoteles más exclusivos, el Saint Géran y el Prince Maurice.


Después de pasar por otras pequeñas aldeas que cubren esa parte plana de la isla, donde se cultiva la caña de azúcar, llegamos a Trou d’Eau Douce y la pequeña bahía de Anse Cunat, donde el mar inventa unos tonos que sólo en la isla Mauricio se pueden encontrar. Al seguir la carretera costera, pasamos al pie del monte Bambú que alza sus 626 metros junto a la playa, respaldado por la cadena de montañas (Blanche 532 metros, Maurice 316 metros), que vigilan un suntuoso paisaje, y finalmente descubrimos el Pico del León que domina con 450 metros la hermosa bahía donde se aloja la tranquila ciudad de Mahébourg y su hermosa iglesia Nôtre Dame des Anges. Las vistas hacia las islas La Passe y Aux Fouquets son impactantes.


En la noche, después de haber caminado por el sendero que sube hacia la Montagne Maurice, nos instalamos en la terraza del restaurante del hotel Le Prince Maurice para disfrutar de una charola de mariscos con un surtido impresionante de moluscos, ostras y camarones. También para escuchar la brisa entre las palmas y sentir la frescura de la noche.


Acantilados y tiburones
En el suroeste el paisaje cambia por completo: los acantilados de roca oscura caen al mar, azotados por fuertes olas y vigilados atrás por las verdes montañas. En Soufleur, el mar se embute bajo el acantilado para surgir rugiendo por un puente natural que adorna las quebradas; el basalto negro inventa un creativo escenario y se deja lamer por las fuertes olas. La dramática costa del sur termina por la península de Morne, dominada por el pico Le Morne Brabant (556 metros), que protege las bellas bahías de colores cambiantes, delimitadas por el listón blanco de sus playas, con aguas tranquilas detrás de la barrera de coral.


Descubrimos la costa oeste en nuestro regreso hacia el norte, y organizamos una excursión para bucear en Rempart-Serpent (-20 a 25 metros con un muro donde se esconden gran variedad de peces) y La Cathédrale (-15 a 27 metros, con cañones y arcos). Fue una maravillosa experiencia que nos llevó a descubrir un mundo submarino muy diferente al de la parte norte, y que incluyó un encuentro con un pequeño tiburón y una mantarraya. Para terminar nuestro día en directo contacto con los misterios del mar, participamos en la pesca deportiva del pez vela en la bahía Grande Rivière Noire, una actividad que atrae a gente del mundo entero, y nuestra buena estrella nos acompañó para sacar un enorme pez.


De regreso por carretera pasamos Tamarin, un pequeño puerto de pescadores adosado a la montaña del Rempart, un lugar muy concurrido por los amantes del surfing entre junio y septiembre.


Al final de ese día y después de relajarnos en el spa del hotel, fuimos a cenar al Spoon Des Îles, en el hotel Saint Géran, un maravilloso restaurante supervisado por el famoso chef francés Alain Ducasse, reconocido por su refinada cocina en el Hotel Plaza Athénée de París.


El último día nos dedicamos a la navegación a bordo del catamarán que alquilamos con el skipper Madhu, en Cabo Malheureux. Madhu conocía perfectamente su mundo y dejamos que nos llevase a conocer L’Île Plate que alcanzamos después de dos horas y media de apacible navegación, pasando la pequeña isla Coin de Mire con sus acantilados inhóspitos y su excelente muro para bucear, The Wall (-20 metros).


L’Île Plate es un microparaíso con sus playas de arena blanca, su laguna que permite bucear con el simple visor y su caminata hasta el faro, que ofrece un panorama despampanante. Decidimos anclar junto al pequeño islote Gabriel, para explorar la famosa fosa de los tiburones, en la cara noroeste de L’Île Plate. Bajando a –12 metros, la corriente nos llevó a un cuenco de 15 metros de diámetro donde 11 tiburones de cola negra (Carcharinus wheeleri) nadaban en círculos, atraídos seguramente por el agua altamente oxigenada por las corrientes. El buceo es muy demandante, debido a la fuerte corriente, y es necesario sostenerse de las rocas para no dejarse arrastrar, pero el espectáculo es impresionante.


La pregunta inevitable: ¿Cómo abandonar Mauricio? Tras 10 días de recorridos, buceo, pesca, navegación y exploración, el único modo fue seguir nuestro recorrido en Madagascar. Pero eso, es otra historia.


GUÍA PRÁCTICA


CÓMO LLEGAR
Air France ofrece vuelos diarios desde París con la posibilidad de quedarse en esa ciudad.


CÓMO MOVERSE
Lo mejor es alquilar un auto con chofer en el hotel. Las carreteras son angostas, con muchas curvas, y se maneja sin muchas reglas. Aunque por supuesto también se pueden usar los servicios de Avis o Hertz. La isla mide tan sólo 2040 kilómetros cuadrados, la parte más ancha es de 58 kilómetros de norte a sur y 47 de este a oeste.






7 de este a oeste.

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